La junta de Club Elvis Spain con Luis Martín Sanchez, bajista de Augie Burr Y ETB

Somos apenas un puñado de locos los que nos quedamos guardando la ciudad entre un Summer Festival y el siguiente. La vida nos pasea a su antojo por las calles de esta ciudad que nos ha mostrado sus caras más amables y más duras a la vez. Antes de que el viento frío comience a cortar nuestros recuerdos, dejamos caer nuestros pasos por las estrechas callejuelas del casco histórico, a ritmo de vinilo, bajo su ruido blanco, siguiendo aquellas estelas recuperamos los trazados de aquellas tardes de Elvis.

La tarde en la que bajamos hasta Casa Germán en un primer encuentro entre saludos y primeras emociones, brotaban los canticos y gritos que retumbaban por medio barrio. Cortábamos la circulación, saludábamos a la policía y saltaban los flashes en las que se convertirían en las primeras tomas de aquellas 48 horas.

Personalmente recuerdo el festival a rafágas de imágenes que trataban de guardar por siempre cada uno de los gestos de todos los que se colocaban tras un micro o se colgaban al hombro sus instrumentos. Una mezcla de acentos y procedencias, miles de reencuentros, millones de sonrisas todas distintas, todas emocionadas. Todos que eran uno, venidos de cien mil lugares, cruzando mares y montes para llegar a aquel concierto, para llegar a esta gente, gente que somos uno cuando arrancan los primeros acordes del gran astro desgranados por un maestro de rosto cambiante y magistralidad suprema. Cada uno con sus manías y su sonrisa, teclas, cuerdas, parches, voz, no importa todos están hoy aquí incluso los que faltan porque están siempre dentro de nuestro pecho vibrando a cada compás.

Pasan las horas, cambian las luces y todos seguimos allí, bailando en la pista, agazapados en la sombra con las cámaras colgando al cuello, pidiendo una bocanada más de aire para seguir cantando y jaleando a las bandas. La primera jornada es dura, la marcha no termina y el primer momento de descanso llega, para la mayoría de nosotros a las cinco de la mañana. Nos negamos a ver la salida del sol, solo para optar a ponernos en pie temprano y volver a enfilar nuestros pasos al Cavern. El día grande llegaba y prometía no acabar hasta el final del día siguiente. Horas sin fin, sin pausas, entre cafés y copas, lo único que mide el tiempo es el tempo del batería. Cambian las bandas, montan y desmontan a la velocidad del rayo, nada aguanta el ritmo del club, ni siquiera la estructura del local que decide rendirse y dar un pequeño remojón a la gente de los Speedway Runners.

La noche avanza, el baile continúa, hipnotizados en la pista, mil ojos se clavan en cada cantante, en cada solo, en cada gesto y las luces lo recortan, arrojando haces de luz en jumpsuits, camisas floreadas y trajes de lino.

Para cuando se acerca la hora de cerrar todos los corazones laten al unísono y se desata la locura con la última noticia del club. Los gritos escaleras abajo denotan la emoción que llevábamos viviendo ya 48 horas. El regreso de la TCB Band a Barcelona hace estallar a la audiencia que agota sus últimas fuerzas en gritar y celebrar esta vuelta que marca el inicio de las despedidas. “¿Te veo en Barcelona en enero, no?” Por supuesto, cuando el bar se cerró todos mirábamos hacia el Este y al futuro, pongamos rumbo al Luz de Gas, hermanos.